viernes, 30 de mayo de 2008

ODA AL QUISTE


Apenas te vi,

te desvaneciste.

Ibas y venías,

eras sangre y eras quiste.

En 4 años fuiste y volviste,

mutaste sin reproducirte

pensé que te quedabas para siempre

en mi ovario triste.

Ahora que creciste,

la doctora insiste

hay que extirparte, viste?

No, no es un chiste.


miércoles, 28 de mayo de 2008

El sexo de las medialunas

En el planeta café, todas las combinaciones son posibles, y a veces el género ayuda a explicarlas. A los fines de nuestra investigación, supongamos que en el bar hay un hombre y una mujer, y que éstos son pareja. El hombre, seguro de sí mismo, poco afecto a las dietas y a las tribulaciones que puede ocasionar la carta, ya hizo su pedido y está más que satisfecho porque su café con leche vendrá con tres medialunas, y que sean todas de grasa. Previo a ordenar, ensaya una rápida mirada a su mujer para ver si la cosa se resume a duplicar la promoción. Mala suerte, la mujer no acepta el trato y se pone a barajar. A partir de ahí, el hombre acolchona el espesor del tiempo con la lectura de los grandes titulares del diario, mientras la mujer pone en escena sus virtudes de indecisión frente al novel mozo.

Sí, ella ya descartó de plano la promoción. Quiere distinguirse de la masa, mostrarse independiente y coqueta. Eligió la lágrima por empatía, porque le gusta llorar y porque es una infusión que viene en jarrito, un contenedor que no es ni vaso ni taza ni tacita, y que por esto se acomoda muy bien a su indefinición. Se planta en la lágrima y decide no ingerir sólidos. Cuando llega el pedido, el hombre sonríe automáticamente; siempre repite el ritual de la sonrisa, aunque las medialunas sean minúsculas o estén empetroladas. Esta vez tuvimos suerte: son estéticamente intachables y además están calentitas. La mujer empieza a incomodarse en su asiento, su apuesta mental había sido otra: que las medialunas iban a ser demasiado duras, demasiado chicas, demasiado insípidas, demasiado negras, nunca demasiado ricas. Ella observa cómo su hombre embiste contra la primera medialuna, ensimismándose y hasta cerrando los ojos para concentrar las dulces sensaciones que entrega la misma. Se muere por pedirle una, pero sabe que él le diría “te dije que pidieras una promoción” o “viste que querías medialunas” o “ahora pedite una vos”, todas frases que señalarían su derrota. Decide tomar su lágrima con edulcorante sin decir palabra.

En el plato de él queda media medialuna, diríamos un cuarto de luna. Ella, sin poder contenerse más, explota y llama mozo: “¿Me trae una medialuna de grasa?”. Su marido la mira con una sonrisita socarrona estilo “ya lo sabía”. Cuando llega la confitura, ella la devora con fruición a un ritmo desmesurado y se le acaba en un santiamén. Decidida, duplica la embestida y llama de nuevo al mozo para pedirle una más, pero duda y le dice “Espere, si le pido una más, ¿me lo toma como una promo?”, tras lo cual el mozo consulta y devuelve: “no, porque tomó una lágrima en jarrito, no en taza, y además tendría que traerle dos medialunas más, no una, porque la promoción es con tres”. Ella mira a su marido como quien pide una reacción lógica ante una injusticia social, pero el marido está leyendo la crónica de fútbol. Con el ceño fruncido, acepta la medialuna fuera de promoción de mala gana. Y se la traga de un golpe. El está pipón y ella aún tiene hambre, pero no puede pedir la tercera medialuna, porque estaría tan cerca de la promoción que empezaría a sentir que le pica todo.

La promo de él costó 8 pesos, mientras que la lágrima y las dos medialunas de ella salieron 11 pesos. A veces se paga caro el desvío. Mientras tanto, desde mi banqueta, yo pido una promoción, pero que el café sea lágrima y que las medialunas sean bien blanquitas.