lunes, 29 de septiembre de 2008

Ponerse las pilas


Cuando comprás un teléfono inalámbrico sabés un par de cosas. Que vas a poder hablar desde el baño, torciendo el cuello mientras picás cebolla o haciendo miniturismo por tu casa. Lo que no sabías es que, ma qué Cortazar y la esclavitud del reloj, el teléfono éste tiene una pila rarísima que vale 3 (tanto por su tamaño como por su precio). Y somos tribu los que hacemos equilibrio entre empezar el llamado con el inalámbrico (que abre un mundo de posibilidades) y continuar (ya estancos) con el teléfono de base. Por algún motivo, no compramos la megapila hasta que el inalámbrico se extingue completamente. Ahí, por 15 pesos, somos libres otra vez.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

La ansiedad por el todo

Paso por una casa de empanadas, paso por un restaurante, paso por un bar, paso. Y, como me suele pasar los jueves, pienso en la cosa en sí. A esta gente de la gastronomía no le basta con poner en los carteles de afuera del local con las promociones o platos del día en seco. Necesitan adjetivar. "Espectacular guiso de lentejas", "Irresistible carne al horno con papas perejiladas", "Café con leche y medialunas caserísimas". Déjenme a mí enjuiciar si es manjar o asunto incomestible. ¿Creen que soy tan boluda que voy a dejarme embaucar por esas palabras rimbobantes? ¿Piensan que con esos espejitos de colores van a hacer que entre y compre? Ilusos. Ahora, desde acá, urgente, convoco un boicot al adjetivo. El mundo sólo se va a salvar con los sustantivos, sin guarniciones.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Violencia demiúrgica

Hace mucho que el odio no se me aparece con tal virulencia. La última vez fue cuando soñé que lograba pisar una paloma con saña y con mi auto, cosa que vengo intentando desde hace tiempo sin éxito. Ahora se me acentuó el malhumor hasta teñirme de verde al ver un cartel que anunciaba la venta de una propiedad, y la inmobiliaria se llamaba Val-Jor. No hay nada que me haga creer menos en la raza humana que las personas que no pueden ponerle un nombre decente a un emprendimiento y lo único que logran es juntar las tres primeras letras de su nombre y las tres primeras letras del nombre de su marido o esposa. Una empresa con este tipo de nombre nunca dura, ni la levanta con pala, ni tiene sucursales, ni exporta. Se lo tienen bien merecido.